Muere a los 104 años el célebre arquitecto Óscar Niemeyer.
Prolífico y revolucionario en sus diseños e ideologías, Niemeyer se lleva consigo los reconocimientos más importantes en el ámbito arquitectónico y artístico, como el premio “Lenin de la paz”, el “Pritzker” o el premio Príncipe de Asturias, entre otros.
Conocido como el padre de Brasilia, “la creó de la nada”, plasmando siempre su propio estilo y, aunque con sutileza, también su inquebrantable fe en el comunismo, buscando así contribuir a la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Discutible, en cualquier caso.
Pionero en el uso del cemento armado como un elemento dúctil con funcionalidad artística, Niemeyer fue invitado en 1947 a formar parte de la comisión de arquitectos que diseñó la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, liderada por Le Corbusier, su mentor.
De sus plantillas surgieron los palacios, edificios de Gobierno, la catedral y los principales edificios de esta ciudad que, al igual que el resto de su obra, están marcados por curvas atrevidas y sensuales, además de por compaginar funcionalidad y belleza plástica. El artista siempre buscó una arquitectura libre huidiza del excesivo racionalismo y el convencionalismo propio del momento, reflejado en dichas curvas con las que buscaba representar a la mujer.
« No es el ángulo recto el que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida.»
En un documental sobre su vida, el arquitecto afirmó que siempre que le encargan un edificio, intenta hacerlo “bonito, diferente y que genere sorpresa”, para que los pobres puedan disfrutar de su arte, a diferencia de otras disciplinas a las que no tienen acceso.
El amo de las curvas, nació en Río de Janeiro el 15 de diciembre de 1907 en el seno de una familia acomodada y religiosa.
« Me gustaba dibujar. Recuerdo que de niño…, dibujaba con el dedo en el aire y mi madre me preguntaba: “¿Qué estas haciendo?”, y yo decía: “Estoy dibujando”. Así el dibujo me llevó a la arquitectura. »
A pesar de sus quebrantos de salud el infatigable Niemeyer trabajó casi hasta el final de sus días en diversos proyectos y, en vísperas del carnaval pasado, en una de sus últimas apariciones públicas, visitó el sambódromo de Río de Janeiro, otra de sus creaciones, para ver las obras de ampliación del recinto.
« El trabajo me distrae. A mi edad, más vale estar ocupado para no pasar el tiempo pensando en tonterías. La vida es un soplo. Todo acaba. Me dicen que después que yo muera, otras personas verán mi obra. Pero esas personas también morirán. Y vendrán otras, que también se irán. La inmortalidad es una fantasía, una manera de olvidar la realidad. Lo que importa, mientras estamos aquí, es la vida, la gente. Abrazar a los amigos, vivir feliz. Cambiar el mundo. Y nada más. »
Niemeyer se mantuvo activo casi hasta el final de sus días y en su estudio situado frente al mar azul, en el barrio de Copacabana, supervisaba los proyectos encomendados a su escritorio y participaba en los diseños.
….Descansa en Paz….Genio…
Me parece muy interesante este articulo…enhorabuena.